Felicidad. Ser. Alegría. Yo. Atención. Mismo. Autoestima. Ser. Bondad. Yo. Diversión. Mismo. Relación. Ser. Partirse. Yo... ¿mismo?
El laberinto que me toca recorrer cada día de mi vida parece que no tiene salida, acabo siempre escogiendo el mismo camino para llegar a un muro que no se puede traspasar. ¿Por qué es tan difícil darse cuenta de lo realmente importante? Quizá me esté dedicando mucho a los demás y olvidándome de mí mismo, por eso cuando estoy a solas conmigo no sé que hacer... Mi felicidad se basa en las sonrisas de los demás, en la superación de los que me rodean, en que ellos sean felices. ¿Es eso malo? La respuesta más acertada es: extraño, pero cada persona es un mundo y si mi mundo es el de los demás, ¿dónde está ahí la malicia? Puede que me tenga que parar a pensar en mí más de lo que lo hago, pero cada vez que lo hago acabo pensando en el: ¿y si cambiara todo y empezase a ser algo menos egoísta conmigo mismo y me dedicara más tiempo a mí que el que dedico a los demás?
No lo sé, es todo tan confuso... Aunque creo que ahí no encontraría la felicidad, sino la soledad: mi mayor temor, que entonces sería mi más infiel amigo; aún así los demás continuarían sus vidas sin mí, obviamente, ya que no soy necesario, pero ¿y yo? ¿Con quién continuaría mi vida? Y lo más importante, ¿para quién?
Hay veces, que uno tiene problemas, y mi manera de relajarme e intentar buscar solución es escrbiendo, por eso comparto estas líneas con vosotros, aunque no os cuente nada, realmente os digo todo. Es difícil continuar con el ritmo de vida que uno quiere cuando las veinticuatro horas que tiene el día se le hacen cortas, y es aquí dónde llegan los problemas: la elección. Ójala no tuviera que descartar nada y pudiese hacer todo, pero creo que me merezco algo más que la vida elija por mí. A pesar de todo, la decisión que he tomado es, como dice el título, "todo lo que no se da se pierde"
Creo que éste sí es el camino correcto para salir del laberinto.
Quizás lo mejor de todo es saber dar en la justa medida y recibir igualmente. Y por supuesto saber darnos a nosotros mismos igual que damos a los demás, porque somos igualmente "demás". A todos nos gusta recibir de alguien que también sabe darse a sí mismo. Si no, el regalo que hacemos parece sólo un regalo a nosotros mismos, un sobrante que no sabemos encauzar. Nada como recibir algo de alguien que sabes que valora: tu mismo.
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